La luz del universo nos enseña lo nimios que somos. La luz en la Tierra nos facilita la vida. En un día sin luz, la Radio nos dio la vida. ¡Gracias Radio por ser tan bonita!
Ayer se fue la luz en la Península. Ustedes tuvieron más suerte. Tras unos primeros instantes de caos existencial por aquello del qué habrá pasado, al final no fue más que eso, un día sin luz. Mis primeros pensamientos sobre lo ocurrido fueron algo así como: “Desde Rusia con amor”. Putin no anda muy contento últimamente. ¡Esto ha sido un ciberataque! Esas fueron las primeras voces que se escucharon en Cebreros, lugar desde donde escribo. Un pequeño pueblo de Ávila, famoso por ser aquí donde nació Adolfo Suárez.
Yo soy madrileño y mis fuentes de la capital me han contado que aquello fue un desastre. Sobre todo a nivel de circulación. Atascos infernales y el metro apagado con la gente encerrada. Colas interminables para subir a las guaguas disponibles. Las calles llenas de personas sopesando cómo llegar a por los coches aparcados en la periferia, y un sinfín de problemas derivados del “Gran Apagón”. Aquí la cosa fue distinta. En los pueblos se vive más tranquilo.
Sin embargo, ante la falta de información, a eso de las 3 de la tarde a mí se me encendió una bombillita. La radio de mi abuela. Sin luz, lo único que funciona son los antiguos transistores a pilas. Cuántas noches me ha sido imposible dormir por su culpa. La matriarca de la familia tiene 89 años y está sorda como una tapia desde hace más de 30. El recuerdo de su radio sonando a todo trapo por las noches fue lo que encendió mi luz. “Vamos a por una radio de la abuela y nos enteramos de lo que está pasando”, le dije a mi tía.
Solo había un pequeño problema. Los abuelos están en una residencia que no podía abrir sus puertas. Funcionan con electricidad. Con los yayos encerrados, solo había una opción. Abordar su habitación por la ventana. Mi tía se convirtió en Barbarroja y yo en Hércules. Entre los dos conseguimos alzar sus 45 kilos hasta la ventana de la habitación. Llaves en mano, nos dirigimos a por el transistor. Hubo suerte, también había pilas.
Y la Radio mató a la estrella del vídeo e internet
¿Recuerdan ustedes la canción “Video killed the radio star”? Es de 1980, de “The Buggles”. Resulta que 45 años después la Radio sigue vivita y coleando que se dice. Transistor en mano, tía y sobrino procedimos a sentarnos en la plaza del pueblo. Unidad móvil familia Espinosa. Poco a poco algunos lugareños se acercaban a informarse. ¡Extra, extra! Pildoritas de lo poco que se iba conociendo. La luz volverá en 6 horas, dicen. El suministro se irá restableciendo por zonas para no saturar de nuevo la red eléctrica. Parece ser que no ha sido Putin. Y así, hasta que llegó la comparecencia del presidente Pedro Sánchez. ¡Qué follón! Imaginen la de barbaridades que tuvieron que escuchar los niños que jugaban en la plaza.
Para ese momento, habíamos conseguido sacar a los abuelos por una tercera puerta de la residencia que sí puede abrirse con llaves. Sentada en una terracita, descafeinado soluble en mano, ya que las cafeteras de los bares tampoco funcionaban, mi abuela, cuca y sibilina como ella sola, se guardó la radio en el bolso. Momentos antes me había confesado que llevaba mucho tiempo sin escucharla. Su cara de felicidad cada vez que retomábamos la conexión con los estudios centrales de su transistor, no tiene precio. ¡Gracias, Radio!
Retomo el tema de los niños en la plaza. Ni Vaca Lola, ni Pollito Bartolito sonaban por ningún lado. ¡Qué maravilla! Ver a los nenes jugar sin usar tecnología alguna me hizo recordar las tres capas de rodilleras que tenía de pequeño en los pantalones. El que escribe nació a finales de los 80. Esa generación híbrida; a mitad de camino entre lo analógico y lo digital. Suertudos que podemos vivir sin pantallas. También fue maravilloso ver los grupos de gente conversando sin mirar el móvil. Hasta los adolescentes dejaron de grabar Tik-Toks. Debe ser que si no lo pueden compartir no les interesa lo más mínimo grabarse en vídeo.
La tarde prosiguió con tranquilidad. Según se iba poniendo el sol la gente se retiraba a sus viviendas. Yo salí a dar mi paseo nocturno. Tuvo que ser vespertino por aquello de que a oscuras no se camina tan bien. Como no tenía música, escuché los sonidos de la vida. No sé cuántas especies de pájaros pude escuchar. Descubrí un pequeño arroyo por el sonido del agua fluyendo. Hasta ayer no conocía su existencia. Lo más especial fue escuchar mis propios pasos. Gracias a la ausencia de tecnología, conecté con mamá Tierra.
Lo mejor del día llegó al anochecer. Estoy seguro de que después de muchos años, mi abuela volvió a dormirse con su radio. No tengo tan claro cómo habrán descansado mi abuelo y el resto de la residencia. Su sordera es responsable de un nivel de decibelios insoportable. ¡Gracias, Radio! Por su felicidad.
Sin lugar a dudas, el momento más sublime sucedió instantes antes de acostarme sin consultar el móvil como un loco. Para un bicho de ciudad aficionado a la astronomía, es difícil disfrutar del cielo por la contaminación lumínica. Quizás ustedes no lo valoren tanto porque en Canarias saben lo que es gozar de las estrellas. Con todo apagado, miré al cielo. Pelos de punta al instante. ¡Qué cantidad de estrellas! Me costó horrores identificar la Osa Mayor. La luz del universo nos enseña lo nimios que somos. La luz en la Tierra nos facilita la vida. En un día sin luz, la Radio nos dio la vida. ¡Gracias Radio por ser tan bonita!
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