• Contra el racismo, ojalá todos fuéramos como Vinicius

    En qué sociedad tan “ofendidita” nos estamos convirtiendo: un chaval protesta porque le están faltando al respeto constantemente por su raza y a una parte de nosotros nos empieza a caer mal.

    Este fin de semana termina La Liga. Se abre un tiempo ahora para la reflexión. Los equipos tendrán que valorar sus resultados, y confeccionar las plantillas para la próxima temporada, y un par de privilegiados prepararse para el primer Mundial de Clubes de la historia. Real Madrid y Atlético de Madrid serán los representantes del fútbol español en este nuevo torneo que se celebrará a partir del 14 de junio en Estados Unidos. Los aficionados, además de disfrutar de los rumores sobre los fichajes del verano -ese momento en el que la prensa deportiva se transforma en papel cuché-, deberíamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿por qué no estamos todos con Vinicius en sus reivindicaciones contra el racismo?

    Escribo estas líneas porque he tenido arduas discusiones sobre el tema con diferentes personas, a las cuales no considero racistas, y no salgo de mi asombro al escuchar cómo justifican o restan importancia a los insultos racistas que recibe la estrella madridista. Que si se lo dicen porque le molesta y entonces no es racismo porque no se lo hacen a los demás jugadores negros del equipo, que no se enfadan como él. Que si se merece los insultos porque es un provocador y un protestón. Y yo les respondo que claro, que ni un ápice de racismo; es mera desestabilización profesional a través de su raza.

    Más allá de que el comportamiento de Vinicius en el campo a veces pueda no ser el más correcto, esto no justifica que le llamen “negro de mierda”, “mono” o el que las aficiones rivales emitan el sonido de nuestros antepasados cada vez que Vini acaricia el balón. Ojalá solo le gritaran aquello de “¡balón de playa, Vinicius balón de playa!” Ahí sí que no habría ninguna duda: cero componente racista en el cántico.

    Esa es otra, dicen sus detractores que no ha ganado el Balón de Oro porque cae mal. Claro, como llama racistas a los racistas, cae mal. O como protesta porque los rivales le cosen a patadas, pues también cae mal ¡Qué barbaridad! Como duelen las verdades. En qué sociedad tan “ofendidita” nos estamos convirtiendo: un chaval protesta porque le están faltando al respeto constantemente por su raza y a una parte de nosotros nos empieza a caer mal. Qué manera más asquerosa de criminalizar a la víctima y blanquear el comportamiento del verdugo. Que quede constancia de que me refiero a la sociedad mundial, no solo a la española, porque el racismo es un problema global.

    Quizás sea por la “madriditis” imperante en el mundo del fútbol, pero que no le dieran el mencionado trofeo después de la pedazo Champions League que se marcó Vini el año pasado es el robo más grande de la historia desde que en 2001 Michael Owen quedara por encima de Don Raúl González Blanco. ¡Oh capitán, mi capitán!

    ¿Por qué no se defiende a Vinicius?

    Lo que más me sorprende de todo este asunto es la falta de una respuesta institucional más contundente. De sanciones más duras por parte de La Liga contra los equipos en cuyos estadios se escuchan esos insultos. De que el Gobierno no haga un esfuerzo más notorio por eliminar el racismo de los campos de fútbol. Imagino que algo más se podría hacer. No sé, se me ocurren un par de ideas: un año sin poder jugar en su estadio para los clubes que permitan esos cánticos a sus aficionados, multas millonarias -que el bolsillo siempre duele-, descensos de categoría... No actuar con contundencia, es permitir el racismo.

    Otra de las cosas que me asombra es que parte de la afición madridista no defienda a capa y espada a Vinicius. No puedo comprenderlo, es uno de los nuestros y le están faltando al respeto por el color de su piel. Menos mal que cuenta con el apoyo del Club. Con el mío, también. “¡Yo te quiero, hermano!”

    ¿Se acuerdan de cuando Vinicius llegó a nuestro fútbol? Después de unos partidos con el Castilla, Solari tomó la acertada decisión de subirle al primer equipo para que no acabaran con su carrera a base de patadas. ¡Qué duro se juega en la 1ª RFEF! Pues yo sí que me acuerdo. La suya era la sonrisa más bonita que ha pisado el verde desde la de Ronaldinho. Después de cada entrada criminal de los rivales, Vini se levantaba y se iba sonriendo. Unos años después, no queda un ápice de esa sonrisa. Nos la hemos cargado con tanto insulto y tanta mala baba contra su persona. Ojalá vuelva algún día, porque el fútbol debería ser alegría.

    Dejen de cargarse un deporte tan bonito

    Yo me enamoré del fútbol por los pases mirando al tendido de Michael Laudrup; los remates en plancha de Iván Zamorano; las vaselinas, el pundonor, la entrega, la pillería y el comportamiento de Raúl González; la visión de juego y los taconazos de José María Gutiérrez; la elegancia y las ruletas de Zinedine Zidane; la gloriosa combinación de técnica, potencia y definición de Ronaldo Nazario y la magia de Ronaldinho.

    Pueden observar que no pretendo esconder mi madridismo. Haciendo gala del señorío que nos caracteriza a los vikingos, he de reconocer que el mejor equipo que he visto en mi vida es el Barcelona de Guardiola. ¡Qué manera de jugar! Esas medias vueltas de Xavi en la medular para controlar el tempo del partido; esas conducciones de Iniesta, al más puro estilo de Oliver Atom en los dibujos animados; esa manera de sacar la “pelotita” jugada desde atrás con Piqué y esa suerte de haber encontrado a Messi antes que los demás. Lo del argentino no tiene discusión alguna para mí, es el Michael Jordan del fútbol y será recordado como el mejor jugador de la historia.

    Madres, padres y entrenadores, enseñen bien a nuestros niños

    Jugué al fútbol hasta los 18 años. Tuve que dejarlo después de tres lesiones importantes de tobillo gracias a los “recaditos” de los rivales. Podría blanquear el asunto, como se hace con el racismo, y decir que la culpa fue de mis padres por ponerle poca gana a la fase de ensamblamiento de mis ligamentos. Al principio, tampoco protestaba. Asumí perfectamente que mi estilo “gambetero” tenía como consecuencia la enajenación de los rivales. Después de la segunda lesión, cada cinco partidos estaba sancionado por acumulación de tarjetas amarillas. ¡Qué protestón, defenéstrenme como a Vinicus!

    He de decir que lo que he vivido en el fútbol base es deplorable. La única vez que me han expulsado con roja directa fue por pegarle un pelotazo en la cara al entrenador del equipo rival. Les cuento: minuto 70 de partido, mi equipo perdiendo cinco a cero y con solo 7 jugadores -lo mínimo para poder seguir jugando-. La pelota en mis pies, tres rivales superados y al cavernícola del entrenador rival se le ocurre la genial idea de pedirle al cuarto de ellos que le partiera la pierna al 21 -dorsal con el que yo jugaba como homenaje a “Zizou” y al día de nacimiento de mi mamá-.

    Casi dos metros me levantó del suelo el animal que le hizo caso. El colegiado solo le mostró la amarilla. Conocedor yo de que con mi expulsión el partido terminaría, no vi mejor solución que el pelotazo. Los padres de mi equipo casi lo matan. Cada vez que lo recuerdo me siento más orgulloso de lo que hice. Solo era un niño de 17 años queriendo dejar su huella en el encuentro. Él, un adulto incitando a la violencia a sus pupilos. Lamentable.

    En el deporte base no se deberían consentir estas actitudes. Ocurre con más frecuencia de la deseada que las madres y los padres de los niños faltan al respeto al equipo rival, exigen a sus vástagos un rendimiento casi profesional o tienen actitudes hacia los árbitros que no son nada recomendables. El deporte promueve valores como el compañerismo, la competitividad sana, la actividad física, la diversión o el respeto al rival. Se compite al máximo en el campo, pero la rivalidad tienen que quedarse ahí. Yo no dejaba que mi madre fuera a verme jugar. De ser una persona entrañable, elegante, educada, dulce y encantadora, a la quinta patada abría la caja de Pandora. Y eso que su silueta sería el perfecto alter ego del señorío, como el puro lo era de Winston Churchill.

    También es muy bueno el deporte para enseñar a los niños a frustrarse sin que ello implique un comportamiento incívico para con el rival. Aprender a perder es, a mi juicio, de lo más importante en la vida. No siempre se puede tener lo que se quiere y el deporte te enseña eso; también, que por mucho talento que se tenga, sin esfuerzo ni constancia nunca se consigue nada. Me llena de curiosidad el porqué ahora, en algunas competiciones, cuando en un partido se alcanza una diferencia de goles determinada en categorías inferiores, los partidos se dan por terminados. No sé si será por ser madridista, pero siempre he pensado que hay que competir hasta el final. Además, me parece un mal mensaje para los niños. No veo ningún tipo de respeto en meterle solo 5 goles a un rival al que puedes meterle 10 por nivel. Eso se llama condescendencia, y es la mayor falta de respeto que un competidor puede experimentar.

    Comparto todas estas reflexiones porque creo que si los niños interiorizan este tipo de comportamientos que ven en los aficionados adultos en el deporte base, cuando sean mayores y vayan a los campos van a replicarlos. Irán convertidos en auténticos “hooligans” y será muy complicado eliminar el odio del deporte y de la sociedad.

    Por todo ello, Vinicius debería ser un ejemplo y nadie debería cuestionar sus reivindicaciones en contra del racismo en los campos de fútbol. Solo espero que las madres, los padres y los entrenadores hagan bien su trabajo. Que las instituciones y los organizadores de las competiciones endurezcan las sanciones hacia los que generan odio con sus actitudes y se centren en educar mejores ciudadanos. Y que en todos los campos de fútbol se cante: “¡Te quiero Viiiiini lo lo lo lo lo lo lo lo... te quiero Vini lo lo lo lo lo lo!”. Fuera racistas del fútbol, fuera racistas de la sociedad.


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