Y en la culminación/consagración del estío insular, “El Pino”, que no es solo un destino, una meta, sino un camino constante interiorizado por cada uno de sus peregrinos y romeros, deberá aunar este año las tradiciones más acendradas, las costumbres más propias, con las realidades más pujantes. Será un momento sugestivo en su ya larga historia de siglos. Así, ese camino cobrará nuevos bríos, se adentrará mucho más en el ser y sentir de una pasión isleña, conformará un nuevo capítulo de un devenir que es la propia historia insular. Y Teror, con toda la Gran Canaria a través de muy diversos y diferentes senderos, que conducen al corazón palpitante de la isla que es la “Villa Mariana” en esos días septembrinos, será, una vez más, expresión de grancanariedad. Será la imagen de un patrimonio, material e inmaterial, de una identidad que jamás se ha anclado en el tiempo y que mira con esperanza al porvenir, de un pueblo que camina por su historia y su presente en pos de su Patrona, en pos de sí mismo. Por ello, una voz queda, emotiva, reiterará un sentimiento: “Vamos, venir no me dejes, caminito de Teror. Vamos, que allí nos espera ¡linda, la Madre de Dios!", y luego, como en un suspiro, se dirá: “¡Ay! Virgen del Pino/Me quedo contigo. / Y no me importa/ ¡Bendito sea Dios!/ Pasarme la vida entera,/ caminito de Teror”
En esta edición tan especial de “El Pino”, que es muchísimo más que una fiesta, que una romería, que una celebración votiva, todo se deberá mirar de distinta manera, con un pensamiento que aúne tradición y vanguardia, que nos saque de una realidad que nos subyuga y nos lleve a otra más plena de valores, de ilusiones y sentidos que señalen como el camino de la vida continúa en toda su plenitud. Transitar el “camino de Teror”, vivir las celebraciones de “El Pino”, empaparse de las vivencias de los grancanarios en estos días y en ese ámbito, es acceder a una verdadera y muy actual musealización de un rico patrimonio histórico y etnográfico isleño. Sin duda, Teror, sus caminos, sus tradiciones y costumbres, la actividad que en ese orbe señero desarrollan grancanarios y foráneos, constituye un auténtico y sugerente museo etnográfico vivo de Gran Canaria.
Es una realidad que, en este año tan particular, se puede percibir y reflexionar sobre ella, y que conecta con lo expuesto, sobre la nueva misión y forma de los museos en la sociedad actual, en el 37º Simposio Internacional de ICOFOM, celebrado en París del 5 al 9 de junio de 2014, donde quedó patente tanto la nueva función del museo como verdadero “medio de comunicación”, como la necesidad de trabajar “…ya sea en materia de transformación del patrimonio, en relación a lo contemporáneo o al acercamiento a los públicos…”. Y en “El Pino”, en “el camino de Teror” (que son muchos y diversos, insisto), debemos tener un verdadero museo vivo y participativo de un patrimonio etnográfico, de unas tradiciones y costumbres, que exponen la identidad insular en su evolución a través de los siglos, en manifestación más actual. Un museo al servicio de la comunidad donde se asienta, que sea “…un instrumento que se plantease más allá de las barreras estéticas del objeto y de las fronteras físicas de la institución…”, “…donde las variables espacio y tiempo se configuran como ejes de una memoria patrimonial, en tanto que reflejan el pasado y sirven para la construcción de la intrahistoria, del rompecabezas de la micro-historia que en el fondo da sentido a la historia…”, como plantea Óscar Navajas Corral en su tesis doctoral “Nueva museología y museología social. Análisis de su evolución y situación actual en España y propuestas de futuro” (Alcalá de Henares, 2015). Un museo en el que todas las personas son mucho más que visitante, son parte activa y fundamental de ese patrimonio que se recopila, que se difunde y se vive, que se muestra y percibe en el acontecer de todos estos días de “El Pino”
“El Pino” es la fiesta del alma grancanaria, del ser y sentir insular. Una fiesta que se expone y se expresa en muy diversos escenarios de esa trayectoria vital que es el “camino de Teror”. Una fiesta que no se puede entender sin una mirada diacrónica, pues es la vida misma que a través de los tiempos, adecuada a cada momento, a cada circunstancia, conforma el presente más vibrante y comprometido de una sociedad que se busca en ella a sí misma. De esta forma, en estos días de El Pino, como en buena medida en la relación que toda la isla mantiene habitualmente con su “Villa Mariana”, se percibirá el acontecimiento como una musealización muy apropiada y actual de cuanto significa a la Gran Canaria.
En estos días de “El Pino” no sólo toda la Gran Canaria se vuelca en la Villa Mariana, sino que Teror se hace presencia ineludible del corazón de los grancanarios. En cierta medida la isla es Teror, y carreteras, caminos y senderos son prolongación de las calles teroreñas. No habrá este año la secular “romería-ofrenda”; no la habrá físicamente, pero su expresión honda, elocuente de grancanariedad, estará en la tarde-noche del 7 de septiembre en el corazón de toda una población, que caminará a Teror con otras formas y tiempos, pero con el mismo sentido y expresión que lo hizo a través de todos los siglos. Ayuntamiento, Cabildo y Diócesis de Canarias han confeccionado un brillante programa de actos religiosos y civiles, el que ha podido y debido ser, pues la pandemia es una realidad que también conforma la fiesta en este momento de su historia –como otras epidemias graves señalaron el devenir de otras ediciones y de muchas “bajadas”-, pero en el imaginario ciudadano grancanario estará muy viva la música de las ocho islas, la multiculturalidad variopinta de los trajes tradicionales de cada isla y de cada pueblo de Gran Canaria, la ganadería y la artesanía, los conciertos y los fuegos artificiales, mercadillos y timbeques de turrones y bebidas, pero también el modo y manera en el que esta isla y sus gentes disfrutan y viven sus tradiciones, su propio ser y sentir, en estos días de “El Pino”
Cronista Oficial de Las Palmas de Gran Canaria
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