Tras años de silencio forzado y fidelidad silenciosa, el padre Báez reaparece en EsRadio Las Palmas con un testimonio conmovedor que entrelaza memoria, fe y denuncia.
Por Juan Santana | Colaborador | Radio Las Palmas
EsRadio Las Palmas FM 91.1 vivió uno de esos momentos que no se olvidan fácilmente. El padre Fernando Báez, conocido y querido como “el cura de la radio”, regresó a los micrófonos en una entrevista de casi una hora, intensa, emotiva y llena de verdad. Un testimonio humano y pastoral que, más que una conversación, fue una lección de vida.
Acompañado por Juan Santana, Báez repasó sus casi cincuenta años de vocación sacerdotal, su paso por diferentes parroquias, su papel como comunicador popular y su firme defensa de la fe sin tapujos ni etiquetas. Volvió a la casa donde tantas veces fue voz de los sin voz: la radio. Y volvió, como él mismo dijo, “porque esta es mi casa”.
Desde el primer minuto, la entrevista estuvo marcada por la calidez de una amistad sincera y la gratitud mutua. “Siempre dije sí, nunca dije no, salvo cuando me pedían algo imposible o contrario a la fe”, afirmó Báez. Esa disponibilidad sin condiciones fue la que lo convirtió, sin buscarlo, en el cura de bodas, bautizos, funerales… y también de confidencias, de apoyo silencioso, de acompañamiento sencillo pero profundo.
El “sí” que incomoda al poder
Sin embargo, no todos supieron valorar ese “sí” incondicional. El relato más crudo y estremecedor de la entrevista llegó cuando el padre Báez recordó el momento en que fue apartado de sus parroquias. No por un error, ni por una herejía, ni por una falta moral. Fue una decisión política. “Me echaron como agua sucia”, dijo, con una mezcla de serenidad y herida sin cerrar.
Contó cómo fue citado por un vicario —que más tarde sería y es obispo auxiliar— y obligado a firmar una renuncia a sus parroquias. No se le permitió explicar, defenderse, ni siquiera despedirse de sus feligreses. “Firma, pero firma libremente”, le dijeron con tono autoritario, gritos y presión. Una escena propia de una novela, pero real y dolorosa. “Nunca vi violencia mayor, ni agresividad más gratuita. No hubo amor, solo expulsión”, rememoró.
Aquel episodio le impidió ejercer públicamente durante meses. Encerrado en su casa, sin poder celebrar misa ni confesar, vivió lo que él mismo definió como “una cárcel espiritual”. “Lo que más me dolió fue no poder confesarme. Llevo toda la vida haciéndolo cada semana, y durante cinco meses no pude hacerlo. Eso fue lo más duro”.
Del rechazo institucional a la obediencia evangélica
Pese a la humillación sufrida, el padre Báez no renegó de su vocación ni levantó la voz contra la Iglesia. Se mantuvo firme en su compromiso de obediencia. “Obedecer es parte de mi vocación, aunque duela. Yo no vine aquí a mandar, vine a servir”, dijo con absoluta convicción. Fue el propio obispo quien, tiempo después, lo visitó y tras ese encuentro, Báez pidió una nueva misión. “Sáqueme de aquí, hágame aunque sea capellán de unas monjas”, le rogó. Así llegó su actual destino: la obra social San Juan de Dios, donde hoy celebra misa diaria, acompaña a personas sin hogar y se entrega con la misma pasión de siempre.
“Ya no tengo una parroquia con cientos de personas, tengo un pequeño rebaño de nueve: seis frailes y tres monjas. Y para mí, son suficientes. Ahí está Dios también”.
Una voz crítica y libre
Durante la entrevista, Fernando Báez no esquivó temas polémicos. Se mostró muy crítico con la pérdida de vocaciones en el clero canario —“ya no conocemos a los curas que vienen, vienen de África, de Asia, de América”—, y cuestionó la forma en que algunos sectores viven el culto a la Virgen María: “Si no te lleva a Cristo, entonces no es devoción, es idolatría”. Denunció que muchas veces se aplaude más a una imagen que a lo esencial del mensaje cristiano: el amor, la compasión, la justicia.
Contó cómo, al llegar a Lomo Magullo, encontró una iglesia en la que los fieles veneraban exclusivamente a la Virgen de las Nieves, dándole la espalda al Sagrario. “La Virgen era la diosa y el Santísimo, ignorado”. Sin imponer nada, fue educando con su ejemplo. Años después, cuando fue forzado a abandonar la parroquia, esa misma comunidad había recuperado el sentido profundo de la adoración al Santísimo. “Eso es lo que me queda. Ese cambio”.
También recordó su defensa del campo canario, su crítica al Cabildo por plantar pinos donde deberían ir almendreros, y su batalla a favor de las cabras autóctonas. “Las cabras llevan aquí desde antes de Cristo. Y ahora, ¿quieren eliminarlas? Eso es perder nuestra historia”.
Un comunicador de alma
Más allá del altar, Fernando Báez es y ha sido un comunicador. Lo fue en la radio, en la calle, en los libros (ha escrito más de 30, algunos con más de 700 páginas). “Yo nunca hablé en nombre propio. Siempre fui la voz del pueblo. Decía lo que otros no podían decir”, afirmó. Su lenguaje directo, su verbo popular, su mezcla de sabiduría, humor y denuncia, lo convirtieron en una figura única en los medios.
Recordó con cariño a Mara González, a Ramón Álvarez, a Dulce María, y también a jóvenes como Juan Antonio Peña, hoy alcalde de Telde, quien durante años fue su cámara personal. “Salía conmigo a las siete de la mañana y regresábamos a las siete de la noche. Yo creo que algo mío se le pegó”, bromeó con ternura.
Una vida entregada sin pedir nada a cambio
Cuando se le preguntó qué le gustaría hacer antes de morir, respondió sin dudar: “Nada. No tengo aspiraciones. He cumplido. He vivido con fe y obediencia”. Dijo que nunca le ha pedido nada a Dios, “porque Él sabe lo que necesito”, y que si algo desea es que sus libros queden como testimonio. “Cuando muera, ahí estarán mis palabras. Quien quiera conocerme, que me lea”.
Sobre cómo quiere ser recordado, lo dijo con humildad: “Como alguien que no odió, que no guardó rencor, que fue fiel. Como un cura de barrio, con los pies en la tierra”.
Una entrevista para la historia
Durante 55 minutos, el padre Fernando Báez dejó testimonio de lo que significa ser sacerdote en el siglo XXI: no un funcionario del rito, sino un hombre al servicio de los demás, con voz propia, sin miedo a incomodar, pero con una ternura desarmante. En su relato caben el dolor y la esperanza, la crítica y la entrega, la soledad del que fue apartado y la alegría del que sigue amando sin condiciones.
Como dijo al final: “Radio Las Palmas fue, es y será mi casa. El micrófono es una cruz que se lleva con responsabilidad. Y ustedes, los que lo llevan hoy, son grandes”.
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