Recuerda los años en que la capital grancanaria brillaba entre luces, música y libertad, antes de que las normas y los nuevos hábitos apagaran su ritmo.
Por Redacción | RADIO LAS PALMAS
El comunicador y figura clave del ocio nocturno Frank Rivero conversa con la periodista Marisol Ayala en una entrevista emitida en el programa Buenos Días a las 8, dirigido por Dulce María Facundo en Radio Las Palmas. Rivero, testigo del esplendor y la decadencia de la noche en Las Palmas de Gran Canaria, revive aquellas décadas en las que la ciudad latía con fuerza y la vida parecía detenerse solo cuando amanecía. Su voz mezcla el recuerdo y la claridad de quien vio cómo el bullicio se transformó en silencio.
Los años del brillo
¿Cuándo empezó realmente la gran movida de Las Palmas de Gran Canaria?
El gran despertar llegó en los años setenta, antes incluso de la movida madrileña. En esa década existían setenta y cuatro discotecas registradas en la ciudad, la mayoría subterráneas. Las calles Ripoche y Sagasta, junto al Parque Santa Catalina, eran el corazón de la diversión. Turistas suecas, alemanas y finlandesas llenaban las salas, y la música no paraba. Locales como La Cacatúa, Saxo o Utopía marcaron una época. Era rentable, vibrante y feliz. No se trataba solo de ocio, era una forma de vivir.
¿Qué hacía tan especial aquella vida nocturna?
Era un tiempo de libertad. Nadie miraba el reloj, la gente salía todos los días y se encontraba con amigos o desconocidos que acababan siendo parte de su historia. La música y la alegría unían a todos. Las discotecas eran el punto de encuentro donde se respiraba optimismo. Las Palmas de Gran Canaria tenía una energía que contagiaba; la noche era su pulso y su identidad.
El principio del apagón
¿Cuándo comenzó el declive?
A finales de los noventa. Con el cambio de gobierno municipal llegaron las restricciones: cierres obligatorios a las cinco de la mañana y controles policiales constantes. Se pasó de la diversión a la desconfianza. Recuerdo una noche en la que tapiaron siete locales de golpe. Aquello desanimó a muchos. Las normas se endurecieron, las licencias se complicaron y los empresarios dejaron de creer. La ciudad perdió su color.
¿Era inevitable tanta regulación?
Había que poner orden, pero se exageró. En lugar de dialogar, se impuso el miedo. El Ayuntamiento vigilaba los horarios y el Cabildo concedía las licencias, pero no se entendían. El sector fue tratado como un problema, no como parte de la vida social y económica. La noche se criminalizó. Esa persecución marcó el principio del fin de una época.
Nuevos hábitos, menos alma
¿Qué ha cambiado en la forma de vivir la noche?
Todo. Hoy los jóvenes prefieren quedarse en casa o conectarse por internet. Mi hijo, por ejemplo, tiene 24 años y apenas sale. Las relaciones son virtuales. Antes la gente se buscaba en la calle, ahora se encuentra en una pantalla. La ciudad se ha vuelto silenciosa. Lo que antes era color y movimiento, hoy es rutina. Las Palmas de Gran Canaria ya no vibra de madrugada; perdió esa alegría que la hacía única.
¿Los costes también afectan a esa pérdida de vida nocturna?
Muchísimo. Los impuestos y los gastos fijos son los mismos si abres dos días o siete. Es inviable mantener un local abierto entre semana. Por eso casi todos se concentran en viernes y sábado, y algunos solo trabajan uno de los dos. La noche dejó de ser rentable y se volvió insostenible. La alegría cuesta, pero mantenerla con números en rojo es imposible.
Luces y excesos
¿La noche también tenía su parte oscura?
Claro. En los setenta estaba el ácido; en los ochenta, la heroína; y después llegó la cocaína. Vi a mucha gente dejarse arrastrar por los excesos. La noche puede ser mágica, pero también destructiva si no tienes control. Yo tuve claro que debía mantenerme firme: tenía una familia y una responsabilidad. Trabajaba de día y de noche, pero siempre con cabeza. La disciplina fue mi salvavidas.
¿Y qué le dejó aquella etapa?
Una sensación de plenitud. Siempre decía que no trabajaba, que me divertía. Poner música, ver disfrutar a la gente, crear ambiente… era mi manera de entender la vida. Aprendí a tratar con todo tipo de personas, a improvisar, a escuchar. La noche fue mi escuela. En ella encontré mi lugar y mi forma de estar en el mundo. Por eso digo que en Las Palmas de Gran Canaria aprendimos a vivir de noche.
El recuerdo de Manolo Vieira
¿Qué significó para usted Manolo Vieira?
Manolo fue mi hermano mayor. Lo conocí cuando empezaba en los locales contando chistes entre los descansos. Era un genio, creativo en todo: escribía, pintaba, construía sus propias pantallas. Su relación con Maruca, el amor de su vida, fue entrañable. Ambos se despidieron de mí poco antes de morir. Nadie le ha igualado en ingenio. En el humor, como en la noche, Manolo fue único.
La conversación entre Marisol Ayala y Frank Rivero es un viaje a la memoria emocional de Las Palmas de Gran Canaria. Su relato trasciende el testimonio personal para convertirse en una crónica sentimental de toda una generación. La noche fue más que diversión: fue identidad, trabajo y comunidad. Hoy, aunque los neones se apagaran, queda el recuerdo de una ciudad que aprendió a vivir bajo las luces y a reconocerse entre la música, la alegría y la libertad compartida.
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