Cuando el discurso suena bonito, pero la vida diaria va por otro camino.
Laura llegó a casa más tarde de lo habitual. No fue solo el cansancio físico lo que la acompañó al cerrar la puerta, sino esa sensación incómoda de estar siempre llegando tarde a todo. Al trabajo, a la familia, a sí misma. Mientras dejaba las llaves sobre la mesa pensó en una frase que había repetido muchas veces últimamente: las personas son lo primero. Y, sin embargo, ella misma se sentía siempre en segundo plano.
No es una historia excepcional. Nos ocurre a muchos. En el trabajo, en casa, en las relaciones. Decimos frases que suenan bien, que quedan bien, que tranquilizan conciencias. Pero cuando la vida aprieta, esas frases se diluyen. La pregunta aparece sola, casi sin pedir permiso: ¿lo creemos de verdad o solo nos gusta cómo suena?
Poner a las personas en el centro se ha vuelto una idea muy popular. Está en conversaciones, en redes, en discursos. Pero en el día a día, en la vida real, no siempre se nota. Y cuando no se nota, aparece el desgaste. No de golpe, sino poco a poco, como una gotera constante.
En la práctica, poner a las personas en el centro no tiene que ver con grandes gestos, sino con decisiones pequeñas. Con escuchar cuando alguien dice que no puede más. Con respetar un límite sin pedir explicaciones. Con no exigir energía cuando solo queda cansancio. Con entender que no llegar a todo no te hace menos valioso.
Muchas personas viven con la sensación de que tienen que cumplir, rendir y estar bien al mismo tiempo. En el trabajo, en casa, con los demás. Y cuando no pueden, aparece la culpa. Esa voz interna que dice que no es suficiente, que debería poder más, aguantar más.
Cuando el discurso va por un lado y la realidad por otro, algo dentro se apaga. Se sigue funcionando, se sigue cumpliendo, pero sin ilusión. Se responde por inercia, se vive con prisa, se pierde la conexión. Y eso se nota. En el humor, en la paciencia, en la forma de estar con los demás.
Poner a las personas en el centro no es una moda, aunque a veces lo parezca. Es una elección diaria. Incómoda, sí. Implica parar cuando todo empuja a seguir, revisar prioridades, decir no sin justificarse. Implica tratarse con la misma comprensión que solemos tener para otros, pero nos negamos a nosotros mismos.
Tal vez no podamos cambiarlo todo de golpe. Pero sí podemos empezar por mirarnos con honestidad. Preguntarnos cómo nos estamos tratando, qué estamos sosteniendo por costumbre, qué estamos normalizando por miedo o por inercia.
A veces, el cambio no llega con una gran decisión. Llega con un pequeño acto de coherencia. Con reconocer que algo no funciona. Con aceptar que necesitamos cuidarnos más. Con entender que las personas, empezando por uno mismo, no deberían ser nunca lo último de la lista.
Cuando decir “las personas primero” deja de ser solo una frase y empieza a convertirse en una forma de vivir, algo se recoloca por dentro. Y quizá ahí, por fin, las palabras empiezan a tener sentido.
Carlos Jiménez
Consultor y Formador en Liderazgo y Desarrollo de Equipos, y Talento
info@transversalia.com
Formador y consultor especializado en el desarrollo del Liderazgo y Trabajo en Equipo. Casi 40 años de trayectoria acompañando a personas y organizaciones en procesos de cambio profundo y sostenible. He fundado y liderado más de 30 proyectos en ámbitos empresariales, sociales y deportivos, y he acompañado a más de 500 iniciativas como mentor, consultor y formador, siempre con el propósito de generar impacto real y cambios transformadores.
Autor de seis libros sobre Liderazgo y Trabajo en Equipo y comunicador con más de 20 años de trayectoria en radio.
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