Liderar no es saberlo todo, es atreverse a dar el paso con sentido.
Muchos líderes esperan a que las condiciones sean perfectas, a tener todas las piezas encajadas y todos los datos confirmados para dar un paso. Pero esa espera suele derivar en lo que más temen: la inacción, la pérdida de oportunidades y la desconexión con sus equipos.
Como responsables de Recursos Humanos o de la Dirección, conviene detenerse a observar cuántos mandos están atrapados en la trampa del perfeccionismo paralizante. Hacer las cosas bien no siempre garantiza el éxito, pero hacerlas mal —o peor aún, no hacerlas— suele asegurar el fracaso. Esta paradoja encierra una de las verdades más duras del liderazgo: el resultado no está completamente en nuestras manos. Pero el esfuerzo, la intención, la constancia y la implicación sí lo están. Y es precisamente en ese espacio de autonomía donde los líderes pueden marcar la diferencia.
El liderazgo reactivo —ese que espera a que el contexto empuje para tomar decisiones— sigue demasiado presente en las organizaciones. Se confunde prudencia con pasividad, análisis con bloqueo, y planificación con aplazamiento indefinido. Sin embargo, las ideas se aclaran mientras se va haciendo el camino. Es la acción la que genera claridad. Esperar a tener certezas absolutas solo nos aleja de ellas.
Un buen ejemplo es el de Clara, jefa de equipo en una empresa del sector logístico. Durante meses evitó proponer mejoras en la gestión de incidencias porque “aún no tenía una solución redonda” y temía generar más ruido que beneficio. El equipo comenzó a desmotivarse, los errores aumentaron y el ambiente se volvió tenso. Finalmente, animada por su directora de Recursos Humanos, decidió implementar un pequeño cambio piloto. No era perfecto, pero permitió detectar mejoras sobre la marcha. En pocas semanas, el equipo recuperó la energía, propuso más ideas y redujo las incidencias un 30%.
Clara comprendió que moverse, aunque con dudas, era mucho mejor que quedarse esperando a tener certezas. Y descubrió algo que muchos líderes olvidan: el avance no depende de la perfección, sino del coraje para actuar.
Detrás de la inacción suele esconderse el miedo: miedo al juicio, al error o a no estar a la altura. Pero también hay una cultura que castiga el intento fallido y premia solo los aciertos visibles. Cambiar esto implica comunicar con claridad que el esfuerzo, la coherencia y la mejora continua son el nuevo estándar. Que equivocarse forma parte del aprendizaje y no es motivo de señalamiento, sino de crecimiento.
Acompañar a los líderes en este proceso no consiste únicamente en ofrecer formación o medir competencias. Se trata de fomentar una cultura donde la acción consciente y la responsabilidad compartida estén en el centro. Porque lo que más erosiona la confianza de un equipo no es el error, sino la sensación de estancamiento.
En definitiva, avanzar no siempre significa tener la ruta clara. A veces basta con dar el primer paso, observar, corregir y volver a avanzar. El liderazgo no es una garantía de éxito, pero sí una elección diaria de compromiso, acción y responsabilidad con lo que depende de uno. Y eso, sin duda, puede transformarlo todo.
Si en tu organización notas que la inercia está ganando la partida a la iniciativa, tal vez sea el momento de revisar las bases del liderazgo que estás impulsando. Podemos ayudarte a activar esa reflexión.
Carlos Jiménez
Consultor y Formador en Liderazgo y Desarrollo de Equipos
Formador y consultor especializado en el desarrollo del Liderazgo y Trabajo en Equipo. Casi 40 años de trayectoria acompañando a personas y organizaciones en procesos de cambio profundo y sostenible. He fundado y liderado más de 30 proyectos en ámbitos empresariales, sociales y deportivos, y he acompañado a más de 500 iniciativas como mentor, consultor y formador, siempre con el propósito de generar impacto real y cambios transformadores.
Autor de seis libros sobre Liderazgo y Trabajo en Equipo y comunicador con más de 20 años de trayectoria en radio.
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